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Aborto: «Entre ser y no ser, yo no quería ser»

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La alternativa del aborto es algo que en Chile solamente se presenta bajo tres causales. Sin embargo, en plena juventud, Sara, Antonia y Cristina deciden tomar las riendas de su destino: con distintas motivaciones ajenas a la ley, ellas no querían ser mamás. Así es como lo hicieron.

Por Carla Alvarado Joniaux.


“¿Cuántos hijos planeas tener?” ¿Cómo es eso de que no quieres ser madre?” “Eso lo dices porque eres joven todavía”.

Seguramente si eres mujer ya has escuchado estas frases: las han aplicado contigo, con una de tus amigas, alguna pariente, etc. 

Si eres hombre, probablemente también escuchaste algo de esto en un círculo cercano.

Desde el inicio de los tiempos las mujeres fueron implícitamente destinadas a un ámbito maternal, donde las preguntas sobre el matrimonio y la crianza eran de las primeras que se recibían al llegar a la pubertad; donde al cuerpo se le otorgaba el propósito de crear a otro ser humano, y no para el goce personal femenino. 

Y pasan los años, y las mujeres ya no quieren ser el sexo sumiso impuesto por la sociedad.

Votan.

Trabajan.

Se independizan.

Y algunas se dan cuenta de que no vinieron al mundo para ser mamás.

Dentro de un país como Chile, que aún no permite un aborto legal de manera libre y gratuita –sino que se remite a causales–, existen quienes no van a permitir que la ley decida sobre su destino más que ellas mismas: Sara, Antonia, y Cristina, cuyos nombres reales fueron reemplazados por seguridad.

Pese a los riesgos que puede implicar un aborto casero, esa era la única salida que les permitía aún el control de su futuro. Aunque la relación en la que se encontrara fuera tóxica o sana, la conclusión final coincidió en los tres casos: no querían ser madres. 

Y, ¿con qué?

–¿Qué método utilizaste para realizar el aborto?

–Misoprostol.

La respuesta fue la misma en las tres jóvenes. Con el dinero suficiente para poder conseguir la pastilla y a través de diversos contactos para cada una, el producto originalmente utilizado para tratar úlceras gástricas fue la vía de escape de una maternidad no deseada. El riesgo que implica el uso casero es elevado, y la ginecóloga Francisca –nombre por el cual optó a motivo de discreción–, menciona esto mismo mientras explica a través de WhatsApp el funcionamiento de la pastilla. Su foto de perfil en blanco y negra la muestra seria, con tez morena y pelo oscuro que le cubre una parte de su cara.

“Es un análogo de la prostaglandina E1”, señala. “Ayuda a la dilatación del cuello uterino y la generación de contracciones. El cuello del útero es la estructura encargada de mantener el embarazo dentro del mismo. Al aplicar el misoprostol, este se ablanda y se dilata”. Adjunta imágenes de un embarazo, y luego de agregar que es un mecanismo aplicable de manera oral o intravaginal, no tarda en indicar peligros del consumo del mismo: “No es la pastilla en sí que te puede matar, a no ser que seas alérgico o consumas dosis extremas, sino su efecto. El aborto y/o parto pueden generar hemorragias importantes e infección”.

Al ser preguntada por efectos secundarios que puede conllevar el uso del misoprostol, la ginecóloga envía tres imágenes que contienen más de 30 ejemplos cada una. A su vez, menciona que un aborto realizado por esta vía debe darse siempre bajo evaluación médica para que se defina una dosis en base a la edad gestacional: “No es una cantidad estándar. Todo depende del cuadro clínico de la paciente y de la ecografía”.

Tabla de algunos efectos secundarios del misoprostol vaginal en una dosis de 800 µg. Extracto de artículo médico: http://www.revmediciego.sld.cu/index.php/mediciego/article/view/1112/1203

Ni Sara ni Antonia ni Cristina consideraron esto, y bajo una sensación de desesperación y miedo común en las tres, siguieron adelante con el aborto: una estuvo bajo la supervisión exclusiva de su vecina; la otra junto a dos amigas; y la última, lo hizo de manera independiente.

Sara y María

“Tenía 19”, comienza diciendo Sara. No se había tomado sus anticonceptivos orales por aproximadamente dos meses y nunca había utilizado condones a lo largo de toda su relación. “Era irresponsable, pero aparte de esto, tengo una enfermedad. Me la diagnosticaron de chica; se supone que yo no puedo tener hijos. De hecho, es raro, pero la ginecóloga me dio las pastillas para aumentar mi prácticamente inexistente fertilidad”, señala.

Sin el uso de ellas, su menstruación era altamente irregular, por lo que su atraso de dos meses no la preocupó. En ese plazo, Sara cuenta que sufrió dolores y cambios bruscos en su cuerpo: “Rompí mi sostén favorito y mis pezones estaban oscuros. Mi estómago también estaba duro y soy gorda, nunca había estado así”.  Pese a esto, ella no quería hacerse el test: “Como que no me quería enfrentar a la realidad, en el fondo. O sea, yo sabía, pero me daba miedo confirmarlo”.

Un día, camino al ginecólogo por un control regular al que asiste, su ansiedad creciente respecto al tema terminó por vencerla. “Llamé a una amiga que vive por allá, por Las Condes, y le conté todo lo que me pasaba”, explica. Su amiga, a quien mantiene en anonimato, le ofrece la opción de saltarse la cita al doctor y que, en cambio, fuera a su casa para acompañarla a hacer un test de embarazo. 

“Obvio que salió positivo”, cuenta con un tono medio sarcástico. “Compramos ese test que te dice cuántas semanas tienes y todo. Tenía trece semanas. La decisión la tomé al tiro, pensé que ese era el momento o después me podía morir”. 

Entre la rabia que la llenaba, y el llanto sin fin que le provocaba el miedo a la muerte, llama a su prima, María, cuyo amigo vende el misoprostol que necesitaría para abortar. Una vez comprada, y sin decirle a su papá, quien trabajaba, ni a su madre, que se encontraba de viaje, ella y María deciden llevar a cabo el proceso al día siguiente, temprano en la mañana. 

Sara despierta y se mantiene en ayunas, y poco después de levantarse, mete las cuatro pastillas a utilizar en agua. “Se tienen que meter las cuatro en la vagina po, y se me hizo súper difícil porque se me caían”, señala. Su primera dosis entra, y se dirige a su cama para ponerse en posición de vela por media hora. La temperatura de su cuerpo varía extremadamente en este plazo, lo que la lleva a sentir escalofríos unos minutos para luego acalorarla de modo sofocante.

La segunda dosis le provocó contracciones fuertes, y con la tercera y cuarta pastilla, finalmente botó un par de coágulos de sangre además del saco amniótico. “Con el primer coágulo yo dije: ‘Ah, eso es todo’, pero no. Me empezó a salir agua acostada. Manché sábanas, cojines y siete pijamas. Incluso, mojé el colchón, teniendo cuatro toallas debajo mío”.

Pasan las horas y llega su papá del trabajo. Conversando con él, siente una apertura vaginal que la lleva corriendo al baño. “Sentía que se me caía una pelota, y le escribo a la María para que vaya a verme”. Aferrada a la cortina, y entre los dolores más intensos que dice haber sentido en su vida, expulsa finalmente al feto. “Mi prima llega y me dice que me pare. No quería hacerlo porque sentía que era grande, que ahí estaba y no quería verlo. Igual, me paro, e inconscientemente miro el water. Estaba formado po, si tenía cuatro meses casi. Eso fue lo que más me pegó, y ella me empuja y tira la cadena. Me dice que ya fue”, cuenta con lo que pareciera ser dolor en su voz. 

Pero no se arrepiente de nada. Actualmente estudia una carrera que asegura adorar, está soltera, y siente que aprovecha la vida al máximo llena de felicidad. “Entre mis razones estaba ese miedo de cagarme la vida. Sentía que no estaba preparada, porque tengo 20, pero tengo actitudes de pendeja, ¿cachái? Yo nunca quise ser mamá”, dice. “Aparte, repetí dos años en el colegio. Me costó demasiado salir de ahí como para no entrar a la universidad”, ríe. También señala que el embarazo y el aborto le otorgaron la responsabilidad sexual y el amor propio que actualmente posee: “Me enseñó la importancia de priorizar a mí y a mi cuerpo. Y si no me hubiera pasado, seguiría con ese chipe libre de antes”.

imagen de una boca con pastillas bajo la lengua de misoprostol para abortar

Antonia y Cristina

En otras circunstancias, y en situaciones completamente opuestas, dos adolescentes de 19 y 21 años tomaron también sus decisiones respecto al feto que crecía dentro de ellas. Antonia y Cristina, respectivamente, no se sentían capaces de llevar a cabo un rol maternal aún. 

“Estaba dentro de una relación demasiado tóxica, llena de violencia psicológica. Era el aborto, o matarme”, dice la segunda. Por el contrario, Antonia tenía un pololo dispuesto a apoyar cualquiera que fuese su decisión, pero el resto del ambiente que la rodeaba no se encontraba en condiciones óptimas: “Mi carrera es demasiado difícil, me cuesta mucho. Todo eso hubiera sido peor si decidía tener al bebé. Aparte, mis papás estaban sin pega, la familia de mi pololo también estaba pasando por un mal momento económico, él tenía que terminar su carrera. No podía hacerles eso”. 

Sin entregar mucho detalle sobre el mismo proceso abortivo debido a que es un tema sensible y resguardado por ella, Cristina cree que fue una de las peores experiencias de su vida. Lo denomina incluso un “proceso de mierda”, el cual realizó en base a conocimientos adquiridos por redes de apoyo en Facebook y sola. “Fue difícil, feo, estaba muy triste, muy angustiada”, dice tajantemente. “Fue muy solitario, jamás le conté a mi familia porque ellos no me hubieran apoyado ni cagando”.

Por otro lado, Antonia lo vivió acompañada de dos de sus mejores amigas de ese entonces. Desde el mismo momento en que se enteró que estaba embarazada, fueron ellas las encargadas de apoyarla emocionalmente, mencionándole todos los pros y contras en caso de que hubiera decidido tener al bebé o no. “Ellas llegaron como a las 10 de la mañana ese día; tenía jalea para alimentarme porque se supone que no podís comer nada, po”, señala. A la segunda dosis del misoprostol, comienzan las contracciones: “Fueron tan fuertes que sentí que me moría, que me desmayaría o vomitaría. Mis amigas estaban ahí, haciéndome cariño y yo tratando de dormir».

«Lo más traumático fue cuando fui al baño y ya sentí cómo salía una gran masa roja de mí”. Pasan las horas, y llega su pololo a estar con ella al final del proceso. Este dice algo que cuestiona la decisión tan firme y que Antonia creía correcta: creía que habían cometido un error. Sin embargo, hoy ambos reconocen que fue algo momentáneo, y que, efectivamente, abortar era sin duda lo que se debió hacer.

Mientras una sostiene lo correcto del aborto realizado, desenvolviéndose feliz en el día a día y aprovechando su juventud al máximo, Cristina representa otra cara de la moneda. No cree que existan las decisiones buenas o malas y no le ve un lado positivo al aborto, diciendo que por lo menos no murió. Siente que es algo que sigue sin sanar dentro de ella, especialmente porque no recibió contención de su núcleo directo. Aun así, señala: “Me abrió los ojos, pero en un sentido de ver que no debía seguir mutilando mi cuerpo”.

Imagen de revistabravas.cl

La opción de elegir

–¿Qué opinas del aborto libre? ¿Dirías que lo apoyas pese a tu experiencia?

–Completamente; sin dudarlo.

Las tres vuelven a coincidir en esta respuesta. Pese a lo que conllevaba el aborto, con dolores infernales para todas y síntomas extremos como la fiebre en algunas, ninguna se cuestiona si el proceso debería ser algo permitido a cualquier mujer que desee realizarlo. Tanto Sara como Antonia y Cristina, creen que realmente fue un privilegio poder adquirir el misoprostol necesario para el aborto y tener la alternativa de querer ser o no, una mamá.

“Se trata de algo público”, dice Cristina. “Nadie es quien para decidir sobre el cuerpo de una persona; uno decide cómo cuidarlo o no”.

Sara, en una postura similar, señala que su decisión no es en base a su experiencia, sino a que las mujeres deben poseer la alternativa de elegir si quieren ser madres o no. Antonia añade que ella, al igual que las otras dos, tuvo la suerte de poder pagar lo necesario para realizar el aborto, y que todas merecen tener esa segunda oportunidad que ella vivió para aprovechar su vida como quisieran.

Sara y Cristina se despiden de la reunión agendada por Zoom.

Antonia se desconecta del Instagram del intermediario necesario para que cuente su historia. 

Y todas viven su vida con normalidad, recuperándose un poco más con cada día que pasa.

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