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Del amor romántico a la libertad: como ser feministas y amar en esta era 

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En esta columna de opinión, Andrea Pozo, periodista brava, realiza una crítica al mito del amor romántico y a través de su propia experiencia, entrega tips de como enfrentar el amor en un mundo construido por hombres.

El amor es algo universal. Desde los villanos más temibles de la historia hasta los recién nacidos que duermen en el pecho de su madre, todos han experimentado la energía del amor. Ya sea como un proceso químico, espiritual, sexual y/o sentimental. Es el amor ese lenguaje que la humanidad habla sin importar etnia ni zona geográfica. 

Sin embargo, el amor responde a una construcción social, cultural e histórica. No es lo mismo amar en el siglo XVIII que amar en el siglo XXI. Asimismo, no es lo mismo amar siendo hombre o mujer. La línea biográfica, sexual y social que nos atraviesa, define quiénes somos y cómo nos relacionamos con nuestro entorno. 

El amor romántico, esta ideología heterosexual que ha sido creado por la masculinidad y difundida a través de la cultura, ha mantenido a las mujeres adormecidas. Se nos ha convencido y persuadido a ver el amor como nuestra razón de ser. A través del amor existimos y somos “útiles” para la sociedad. 

Según la autora feminista Andrea Dworkin, para la mujer, el amor es siempre el autosacrificio, el sacrificio de la identidad, la voluntad y la integridad corporal, a fin de realizar y redimir la masculinidad de su amante

Pero ¿de qué forma el feminismo actual se posiciona frente al amor? Si bien, hemos conseguido avanzar en términos de derechos sociales y políticos en los últimos años, poco se ha hablado en círculos feministas del amor y lo emocional, de la vulnerabilidad y de la deconstrucción de los afectos patriarcales.

Como movimiento feminista ¿Qué podemos hacer frente aquello que pareciera ser parte de nuestra identidad? ¿Es posible crear herramientas colectivas y hacer posible otro tipo de amor? ¿Si nos liberamos del amor romántico se podría desmantelar el patriarcado?.

El amor romántico en carne propia

Tras sufrir una decepción amorosa y con el pecho abierto como una llaga, me preguntaba por qué siempre volvía a caer en lo mismo. Mis amigas en su intento de hacerme sentir mejor, intentaban convencerme que no era yo la mala de la ecuación. “No es tu culpa, son ellos”, decían al unísono. 

Esa idea me bastó durante un tiempo.  Me gustaba despedazar a mis exs haciendo bromas crueles de su poca capacidad de entrega y responsabilidad afectiva. Sin embargo, con el tiempo cayó sobre mi un cemento con una gran verdad: había algo en mí, en lo más profundo, que buscaba personas narcisistas, manipuladoras y no disponibles emocionalmente para sentirme viva. 

Estrechar relaciones con personas hambrientas de contención y cariño se convirtió en mi lugar seguro. E incluso, pasar por una ruptura amorosa y vivir el desamor, me hacía sentir como si era merecedora de aquéllo.  Cargar con traumas de infancia e ideas preconcebidas de lo que era el amor, me hizo sentir familiarizada con el rechazo. 

Aburrida del flagelo, de los llantos en el transporte público y los “me gustas pero”, “no estoy preparado para una relación”, abandoné cualquier tipo de relación tormentosa y amorosa que coleccionaba desde mi adolescencia y vida universitaria. 

Durante dos años me propuse la tarea de no lanzarme a una aventura amorosa sin antes descubrir quién era la narradora de esta columna. La experiencia me serviría para:

  1. Entender el origen de mis traumas
  2. No involucrarme con alguien que me hiciera repetir el patrón
  3. Escribir sobre ello. 

Desmantelando el amor romántico

Hace un par de años atrás, en aquél periodo oscuro de mi vida  y con el corazón roto en la mano, escribí “Las feministas también nos enamoramos (y nos rompen el corazón)”. Una columna de opinión que exploraba el amor y el desamor que experimentamos desde la heterosexualidad y las diferencias sociales, culturales y sentimentales que nos separa con los hombres. 

El buen recibimiento que tuvo este texto dentro de mi círculo íntimo y en redes sociales, confirmó que era urgente hablar y politizar lo que significaba el amor siendo mujeres. Porque no bastaba referirse a estos tópicos en un parque con las amigas o con una desconocida en el baño de una disco cuando tienes un par de cervezas encima del cuerpo. 

Descifrar y ver el carácter político de cuánto tiempo invertimos en amar y cuidar a un otro, en fantasear con ser amadas y visualizar nuestra vida a través de los ojos de otra persona, es un tema que nos ayuda a dimensionar nuestra existencia.

Increíblemente el análisis no termina sólo en esa área amorosa: la construcción social que se nos ha impuesto desde la empatía y el cuidado de otros, explicaría también el trabajo doméstico, el cuidado de mujeres a personas con capacidades diferentes, que el empleo femenino se concentre en un alto porcentaje en servicios (46%) y comercio (25%). Es decir, la división laboral y los oficios que emplean las mujeres en la actualidad aún se centran en la disposición y entrega que tienen estas hacia otros. 

Amor no es igual a mujer

¿Y cómo no? Si hemos sentido lo que es amor. El calor irradiando de nuestras pieles. La pasión albergándose en nuestro estómago. Besar otros labios y sentir esa dinámica de entrega, de seguridad en otros brazos. Tener alguien con quien conversar cuando los días son difíciles. Crear ese dialecto que nadie más entiende, esos códigos que solo dos personas pueden significar. ¿Cómo entre millones de personas pudiste encontrar a alguien qué te hace sentir especial? te cuestionas hacia tus adentros. 

No obstante, todo lo descrito anteriormente, es momentáneo. El amor no es sólo un sentimiento, sino que el amor y las relaciones sentimentales se construyen. El mito del amor romántico creado por los hombres ha suprimido esto y ha impuesto jerarquías, relaciones de poder, roles del fuerte-sumiso, idealización hacia el ser amado y dependencia emocional para mantener a las mujeres encapsuladas y serviles al sistema. 

Curiosamente, un día ingresé a Twitter y este tema era debate. Lesbianas acusaban a mujeres heterosexuales de ser funcionales al patriarcado. Mujeres heterosexuales hablaban de sus novios como si fueran un trofeo y excepción dentro de la máquina misógina que es la sociedad. 

Como mujer soltera que no estaba interesada en formar un lazo con un hombre ni una mujer, me causó ruido el hecho de que esta división entre feministas estuviera, nuevamente, basada en quiénes amamos y nos relacionamos.  ¿Acaso como mujeres no podemos ver nuestra existencia como seres autónomos? ¿Por qué nuestro valor siempre se debe basar a quién le ofrezco mis energías y proyectos? La respuesta es tan fácil y simple como que cargamos con una cultura milenaria que nos dice que sólo servimos para amar. 

Comenzar terapia, haber abandonado una relación tóxica y reconocerme como alguien dependiente emocional, me hizo ver la situación con mayor claridad. Porque si, la heterosexualidad es una cárcel y es la causa de los femicidios, la violencia sistemática y el malestar de la humanidad en general, pero la solución a mis problemas no se trataba de aventurarme amando a otra mujer y seguir reproduciendo el amor como se me fue enseñado. O al menos, no era suficiente. 

Observar hacia dentro y cuestionar el por qué como mujeres necesitamos de una pareja, validación ajena, atención o nos cuesta estar solas, era para mí, el primer paso que debía dar para conocerme y abandonar los mandatos impuestos. ¿Acaso todo este tiempo más que amar, me había aferrado a la idea de que alguien me amara y aceptara por lo que soy?.

Escena de Little Women Dir. Greta Gerwig.

Autodescubrimiento: la llave 

Lamentablemente el modelo amatorio existente se sigue reproduciendo en parejas heterosexuales y homosexuales. Ignorar esto, es quitarle peso a lo que el patriarcado ha construido en las relaciones humanas. La violencia viene de una misma raíz pero puede ser ejecutada por ambos sexos -aunque sabemos que son los hombres quienes más daño y violencia generan en sus relaciones interpersonales ya que tienen una sociedad masculina que promueve esto-. 

La escritora Andrea Franulic en “la relación madre e hija y la existencia lesbiana”, dice que esta raíz de violencia es el olvido del origen. A diferencia de los hombres, nuestra historia ha sido ignorada y borrada de los libros de historia. De ahí, la necesidad de construir y estar en búsqueda de una genealogía de mujeres. 

Cuando hablo de amor entre mujeres esto no se limita a tener una relación sexoafectiva con otra. Para mí el amor entre mujeres es poder resignificar nuestra historia. Es dejarnos abrazar por las narrativas de quienes nos antecedieron y rodean. Es ver a mi madre como mi semejanta y no como la figura traidora o idealizada que han hecho de ella. Es visualizar mi existencia y sufrimiento siendo acompañado por el calor de quiénes tenemos este cuerpo sexuado y sufrimos las consecuencias de un mundo no pensado en nosotras. 

Combatir el amor romántico no significa dejar de lado el amor. Por el contrario, es desmitificar el amor como algo exclusivamente de pareja. Es querer renunciar a la idea de posesión que nos han inculcado y los finales felices que nos muestran en las películas. 

Las aventuras y la independencia pareciera ser un asunto exclusivamente de hombres. Algo ajeno a nuestra realidad. Como mujeres tenemos miedo a la soledad porque nos han dicho que no somos nada si no tenemos a alguien al lado. Desde la adolescencia, varias de nosotras han buscado exhaustivamente estar en relación, no permitiéndose estar un tiempo solteras. Llegando incluso a omitir sus propias voces y anhelos por el bienestar de un otro.

Amor propio más allá de un slogan

El marketing y el capitalismo han pintado el amor propio como un paraíso. Esto no es así. Requiere de mucho coraje ser conscientes de cómo la macrocultura masculina, los roles de género y los estándares de belleza afectan en la autopercepción. 

Si el feminismo promoviera el amor propio, el autodescubrimiento y construyera herramientas colectivas para enfrentarnos al amor desde la niñez y la adolescencia, gran parte de nosotras no sucumbiría ni se perdería a sí misma en nombre del amor. Es nuestro deber incentivar que estas discusiones se propaguen por distintos círculos. De hablar del amor romántico como una droga de la que necesitamos rehabilitarnos

En base a mi experiencia, mi vida ha tomado sentido desde el momento en que decidí escogerme y dejar de ser un objeto amoroso. Empecé a aceptarme como una mujer con traumas y heridas no cicatrizadas que está en búsqueda de respuestas. 

Me sumergí en mi historia familiar, me vi reflejada en las mujeres de mi árbol genealógico. Dejé de pensar que el amor se limita a un hombre o a quién me acompañe en mi cama. Acepté mi humanidad y complejidad para descubrir qué es lo que quiero y quién quiero llegar a ser. 

La vida es igual a un viaje. Tomate tu tiempo. No hay paraderos fijos. Ningún plan sale a la perfección. La única esdrújula que debe guiarte en este camino eres tú. Permítete amar y amarte a ti misma. Sé fiel contigo.  Conócete. Descubre qué es lo que te gusta y lo que no. Disfruta de tu autonomía y tiempos a solas. Asiste a grupos de mujeres. Sal con amigas y conoce a otras mujeres. Pon límites. Priorízate. No aceptes migajas ni supliques por amor. Sé exigente. Acepta el rechazo y la idea de que no le gustas a todo el mundo. Tu valor no se define por otro. Lee a mujeres. Intenta ser tu mejor versión y si fracasas, vuelve a intentarlo. De eso se trata. 

Quizá, algún día, conocerás a alguien en una fiesta. Sentirás la euforia y pasión de estar en contacto con otra piel. Y quizá cuando creas que es el indicado  y estés a punto de caer nuevamente en el patrón, te darás cuenta que no es suficiente. Que no te alcanza. Que la próxima vez que estés con alguien no será desde tu debilidad sino desde la seguridad de que esa persona es merecedora de ti. Y en ese momento genuino, podrás saborear la felicidad de lo irremediable. Confirmarás que no hay mejor compañía como cuando no hay ojos observándote. Finalmente, el patriarcado dejará de tener sentido.

Al menos, por unos minutos.

Persépolis. Dir. Marjane SatrapiVincent Paronnaud.
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Andrea Pozo

Periodista y comunicadora social de la Universidad de Chile. Me gusta escribir y leer a otras mujeres. @andybrava_

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