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Cuando tenía 21, Josefina experimentó violencia en el pololeo durante un año. Una década después escribe este relato sobre las secuelas que el abuso dejó en ella. Además, recalca la importancia del amor propio como también, los cambios de paradigmas que hemos vivido en los últimos años fueron de gran ayuda para entenderse y salir adelante.

Por Colaboradora Brava “Josefina”


Lo conocí una noche que ya estaba siendo muy mala. El hombre con el que estaba saliendo no se había portado bien así que me devolví a mi casa muy decepcionada. En el camino de regreso me encontré con un amigo que me invitó a una fiesta. Una vez ahí, terminé conociendo al hombre que semanas más tardes, se convertiría en mi pololo y el mismo quien me violentó durante todo el tiempo que estuve con él.

Lo cierto, es que cuando empezamos a salir todo me parecía maravilloso. Ahora cuando hago memoria, parece que siempre estuvo todo mal. Había exceso de alcohol, uso de drogas por parte de él, celos y me controlaba de una forma enfermiza.

Pero a los 21 yo aún no iniciaba mi vida sexual y nunca había pololeado. Creo que la presión social hizo lo suyo y me entusiasmé con lo primero que tuve en frente. No fui capaz de evaluar si lo que él era como persona, como hombre y como pareja me eran suficiente, si me hacía feliz o si estaba segura a su lado.

Las señales de alerta

Conforme pasaron los meses la relación se volvió cada vez mas tormentosa. Él me aisló de todo mi entorno, pero gracias a mi pasión por mi carrera, no llegué a dejar la universidad.

Él decía que mis amigos querían algo más conmigo, que mis amigas eran unas sueltas y que mi familia no me quería. De alguna forma pretendía tenerme solo para él. Me decía que estaba loca y que era yo quien lo provocaba, que por eso me agredía. Una vez me encerró en su pieza, su mamá estaba ahí y no hizo nada.

La primera vez que tuvimos sexo fue sin mi consentimiento, pero sin violencia. Entender ese momento me ha tomado muchos años. Hace muy poco logré comprender y asumir lo que había pasado: era violencia en el pololeo. En otra oportunidad, meses más tarde, me violó y ese episodio sí fue violento. Pero nadie me dijo, ni nunca escuché en ninguna parte sobre el consentimiento, ni si era «dueña de mi cuerpo», incluso si estoy en pareja.

Me mordía la cara y tenía que esconderlo. Solía apretarme las muñecas y los brazos tan fuerte, que me dejaba moretones. Una vez me pegó una cachetada producto de la cual me caí al piso, en frente de sus amigos, quienes no hicieron nada. Incluso él me decía que ellos también agredían a sus pololas.

Generalmente después de una pelea era capaz de seguirme hasta mi casa y llegar horas más tarde buscando arreglar la situación. Una de las últimas veces que lo vi, fue capaz de saltar la reja del jardín de mi casa para intentar entrar. Por suerte esa vez yo no estaba ahí. No sé qué hubiese pasado si él hubiese entrado y yo hubiese estado ahí sola.

Mujer tapando su cara con su mano

Conciencia de la violencia en el pololeo

En todos estos episodios yo quedaba en shock y tan aterrada que no podía defenderme ni hacer nada. Esto sumado a lo aislada que me sentía, hicieron que no pudiera encontrar pronto una salida a ese infierno.

Recién el año pasado dejé de tener pesadillas con él. Tuvieron que pasar 9 años para que recién pudiera verlo en sueños como un ser desvalido al que ignoro y ya no me aterra. Durante nueve años, fue mi peor pesadilla.

Lamentablemente cuando esto me pasó en el 2011, el término “violencia en el pololeo” no sonaba en ninguna parte, y a pesar de que sabía que lo que él me hacía estaba mal, no sabía cómo llamarlo, cómo enfrentarlo y lo peor, no sabía cómo salir ni cómo pedir ayuda.

Pude contarlo por primera vez 3 años después, cuando tenía 24 años a mi mejor amigo. Luego a quien fue mi pololo en ese entonces. Recién el año pasado a mis 30 años pude contárselo a mi hermana, en medio de un mar de lágrimas y una vergüenza que me comía los huesos. Aún no logro explicarme desde lo lógico, la vergüenza que siento al reconocerme víctima de violencia.

Por esos días, también se lo confesé a algunas amigas y escribí una historia en Instagram con vulnerabilidad y vergüenza. Sin embargo, siento y creo con una fuerte convicción, que debemos visibilizarlo como sea, incluso si eso significa mostrarme así de vulnerable.

Las herramientas de hoy

Si hubiese escuchado sobre este tipo de violencia, sobre feminismo o sobre el consentimiento, seguramente hubiese tenido algo más de herramientas para enfrentar esa pesadilla. Hoy tengo 31 años, esto pasó cuando tenía 21. No importa cuánto tarde en hablar una mujer, siempre se deben respetar los tiempos de cada una, porque no sabemos el proceso individual por el que se atraviesa.

En mi caso he podido ir sanando la herida. No obstante, se abre y duele cada vez más cuando escucho en la televisión o veo en internet un nuevo femicidio. Se me revuelve el estómago y pienso que ese pudo haber sido mi final.

En el 2011 no tenía las herramientas que hoy tengo. Mismas herramientas que espero y deseo que las nuevas generaciones de mujeres estén desarrollando. Logré salir a tiempo, gracias al cielo, a la vida, a Dios. No lo sé, pero si no lo hubiese hecho, él me hubiera matado.

Termino de escribir esto y suena de fondoEl amor no duele” de Denise Rosenthal <3

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